lunes, 24 de enero de 2011

ALFONSA DE LA TORRE (7)




¿Es posible y/o conveniente una lectura sáfica de la poesía de Alfonsa de la Torre?

Hasta la web oficial de José García Nieto admite que recibió el premio Adonais por Dama de soledad, con lo que la bella Juana García Noreña, en realidad María Ángeles (Angelines) Fernández Borbolla, casi siempre se le quita el primer apellido, fue alguien que se plegó al juego de la impostura para caer en la miseria oficial de donde la rescató Alfonsa de la Torre. ¿Fue en al año 1951, como se dice, o en el 1952? Digo 1952 -la biografía actual de la poetisa no es muy concreta en datos y la siguiente tendrá problemas para detallarlos- porque quizá se fuese a vivir con ella a Cuéllar, a esa finca llamada “La Charca” (un retiro como el de Fray Luis en “La Flecha”), tras la muerte de su padre, con quien Alfonsa estaba muy unida, y fecha en la que abandonó el piso que tenía alquilado en Madrid. Este hecho tan natural provocó el odio de su hermano Basilio, quien procuró y consiguió hacerle la vida imposible, expulsó de “La Charca” a Angelines (Ángela, Ángeles o sencillamente Juana) tras el fallecimiento de su hermana, a quien Alfonsa le había dado derecho de permanencia en su casa en el testamento que hizo, quemó los inéditos de su hermana y vendió la biblioteca familiar, a la que tampoco tenía derecho pues la heredera era ella y lo que quería hacer de la casa solariega era una Fundación Cultural. Este Basilio era todo un dije.

También nos ofrece, entre otros testimonios ya conocidos por publicados en este bloog, noticias de este asunto, Ernesto Escapa: “EL JARDÍN DE LAS POETISAS. “En los bajos de Cuéllar se conserva entre arbolado la finca La Charca, cuyo chalet modernista albergó la existencia esotérica de una poetisa singular: Alfonsa de la Torre. A su familia perteneció también el palacio románico donde se casó Pedro I, situado en la calle del Colegio. Nacida en 1915, se doctoró en Letras y viajó por Europa antes de recluirse en su paraíso de Cuéllar, rodeada de árboles y animales exóticos, desde pavos reales a tigres. Aquí hizo su obra y vivió sus amores, siempre en la cuerda del riesgo. Se abrasó en el horno alquímico, vaticinó hechos venideros, como la nevada del día de su muerte, vistió de tules en la escuela de Alejandría y arropó el desamparo de la poetisa Ángeles Borbolla, aquella muchacha indecisa que el Premio Cervantes José García Nieto usó como tapadera de un escándalo: premiarse a sí mismo en el Adonais de 1950. Dama de la soledad fue el título y Juana García Noreña su seudónimo” (“La posada del duque”, en laposadanet.com). Francisco Otero (El Adelantado de Indiana) afirma: “Juana era de origen asturiano y estaba unida al poeta José García Nieto por una relación sentimental que iba más allá de su común amor a la poesía”.

Me quedo con lo de “arropó el desamparo de la poetisa”, por la sensibilidad comprensiva del escritor.

De ese “vivir juntas” procede el todavía no proclamado a todos los vientos estigma de su posible/probable lesbianismo. A mí, personalmente, me parece, de ser cierto, una opción individual a ejercer por propia decisión y de ahí mi respeto -quizá indiferencia por la situación-. No por ello Alfonsa deja de ser una poeta excepcional aunque, de no serlo, no podríamos haber leído unos muy bellos poemas en los que parece abundar la temática erótica lésbica.

Mi intención no radica en comprobar si algunos o muchos de los textos de Alfonsa de la Torre admiten una lectura erótica lésbica, cosa que parece probada para algunos críticos literarios expertos, dado que “la experiencia lesbiana no se articula sólo a través de las relaciones sexuales, sino a través del concepto de “feminidad”, en el establecimiento de la relaciones afectivas”, según alguna opinión teórica sobre la que volveremos. En la novela, sólo hay que “cuantificar si los personajes femeninos principales hacen el amor”. Mi intención estaría por el camino de la segunda premisa, concretamente en saber si mantuvo alguna relación con otra persona –como sabemos, entre otras, de Carmen Conde–, con Juana (Ángeles) sólo, o con nadie, pues, según su biógrafo, al intentar el médico en su última enfermedad (cáncer de matriz) hacerle una exploración, “Alfonsa, muy alterada, prorrumpió en grandes voces diciendo que a ella nadie la tocaba entre gritos de ¡soy virgen!, ¡soy virgen!”, lo que da la sensación de que era un poco retrógrada en estos asuntos sexuales y de tener un pudor exagerado.

Con relación a Alfonsa, por supuesto, no tenemos información de lo que pudiera suceder en su vida privada y la de Juana (Ángeles). Pero, como acepto y creo que los poetas son (re)interpretables de cuando en cuando, o casi siempre, es mi deseo comprobar si es correcta la utilización de una teoría feminista con relación a su vida y a su obra. No sé si es correcta una lectura sáfica de Alfonsa de la Torre, pero sí es correcto que el lector sepa el enfoque al que se ha sometido su poesía quizá desde el primer estudio de Diana Ramírez de Arellano, como ya veremos en su momento.

Acaba de aparecer al público prácticamente Vida de Alfonsa de la Torre (Madrid, Eila Editores, 2009) escrita por Jesús González de la Torre, quien, como pariente, debió conocer bien aquella situación y así la describe, aunque no toma partido pues se hace eco de cuanto sobre ella se había escrito: “Su llegada a Cuéllar desató todo tipo de comentarios en el pueblo, desde la posible relación lésbica de la pareja a la más extendida y disparatada relación de madre e hija” (p.72). Una de sus características personales, en opinión de su biógrafo, era ser “defensora de la libertad de la mujer” (p. 76): "Su reivindicación de la mujer, auténtico feminismo sin connotación política ni oportunista, nacía de su valiente y rompedora personalidad, y se servía de su poesía para manifestarlo" (p. 35).

El mismo Gonzálz de la Torre expone: "Al referirnos, unas líneas más arriba, a la heterodoxia femenina, viene a mi memoria, por curioso, un hecho ocurrido hace un par de años. Un amigo cuellarano de Alfonsa, indignado por las insinuaciones vertidas en un libro en el que se hacía referencia a las posibles inclinaciones lésbicas de la poeta, me hizo llegar una carta, con fotocopia incluida, de un escrito dirigido al alcalde el pueblo, que había subvencionado el libro, pidiéndole la retirada de la edición” (p. 63).

Los vientos soplan hoy favorables a todas las heterodoxias. Lo que quiero significar no es que no se trate el tema o que se oculte, Dios me libre, sino de encontrar verdaderos argumentos para que los resultados que hallemos, fueren los que fueren, sean, eso sí, verdaderos, y a cada uno se le restituya a su condición primigenia.

No hay que olvidar que su poesía, autobiográfica en muchos sentidos, es críptica en el terreno sexual, pero tampoco hemos de olvidar que conoció durante la guerra civil a un joven italiano, “con el que paseaba de la mano por las calles de Segovia en estado de arrobamiento, diciendo amore, amore” (González de la Torre, p. 48). Luego ajena al amor que despierta un hombre en una mujer no lo era. Otra cosa es que tuviera una vida sexual activa con hombres de su agrado.

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