martes, 18 de enero de 2011

ALFONSA DE LA TORRE (4)






Vienes a mí
en un revolotear de pájaros remotos,
espejeando aguas
y encantando flores,
asombrando la serpiente de mi
nostalgia que desconoce
el vuelo.

¿De dónde,
en alas míticas de papel,
te acercas removiendo siglos
desde ese jardín que los aires ignoran?

Por los dos nombres que pilotas
desde la eternidad,
y que podrían ser fábula,
te entrego este sueño que me roza
como el canto
de un gorrión,
como el amanecer de un lirio en un
barbecho olvidado.

Óyelo desperezarse...
¡Si será ibis que dejó la inconsecuencia
del agua!
Aletea y no quiere ser mariposa
ni liebre que las horas cazarían.

Sólo esperanza -recuerdo no cuajado-,
o recuerdo -esperanza madura-,
momias doradas que los hombres
conservan
y que sólo vendimia la muerte.

Si respiras,
si los sicomoros te dan sombra
y tu mano aprisiona los peces
que el estanque ostenta,
¡oh Princesa, descendiente de Ra!,
¿para qué inventarte?




Háblanos de tu edad primera,
de tu infancia entre tumbas,
cuando todo era un jugar desmesurado
de delfines tímidos,
de horas como alondras desplegando
canciones,
de semillas reveladas en bandejas
y de sueño que intentaran
sobre pirámides
escalar el día.

¿Recuerdas?
Te envolvía el polvo,
el viento de eternidad que espumaba
el silencio,
en tanto que crecías custodiada
por gavilanes,
como si no esperaras más que
una corona
o un anillo que trajeran sus garras.

Así abriéronse los lotos en la
inundación de tu sangre
hasta que fuiste
jeroglífico de amor por el que no
pasan leones.

Sobraban muertos.
Tantos dormidos que las ondas
arrastraran,
acumulando su soledad entre piedras
desde que languidecían las sombras
y mariposas inquietaban la orilla.

En un fulgor de anunciación ausente,
ardían paisajes
de planicies diáfanas,
donde respiraban rosas
únicas en esplendor
y turquesas.

Espera.
Detendré la visión que hizo entreabrir
tus pestañas hieráticas
y resbalar belleza
por el ónice asombrado de tus ojos.

Ojos que van a ser de Reina,
coronados de sombrías alas,
golondrinas volando por el cielo
del pensar
posadas sobre una mora sangrienta.

Abríos y contemplad:

(De Oda a la Reina del Irán, Madrid, 1948)

Ilustraciones: Portada fotocopiada del libro
Princesa Fawziad

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