martes, 4 de enero de 2011

EL AZAR DE UN SUEÑO SIN AMANTES










En memoria y homenaje a
CIMETIÈRE MARIN
de
Paul Valéry




Introito

Sobre la memoria marina y cementerio,
clásico libro y humano, pulido y gozoso
por la albura cendal de sus cimientos,
lápida pesada cayó de epitafio breve.
Tanta lima horaciana en sus estrofas
delgadas obligan al énfasis de la hermenéutica.
No es así su lectura. Dejad fluir las palabras
en ritmo petrificadas y, cuando el musiquero tono
embriague de emoción el silencio de la Cala,
abrid los ojos al paladeo de la palabra y,
a la orilla sagrada del promontorio salino,
gritad centelleo, sueño, cendal de llamas,
fruta en goce, ámbito puro, tierra ósea,
idólatra, esencia rigurosa, magistral diadema,
indivisible espuma, espesa ausencia,
hueca inmortalidad, laurel pomposo,
el techo en paz que foques picotean.
Hecho así, esperad. No levéis el paso,
quedad descalzos mientras el mar salpica
el rostro de la Cala y el náufrago asciende por el eco.
Pedid a la diosa el don de la interpretación
de los sentimientos solemnes
y pasad hoja por hoja el breve sufragio
del réquiem, del pésame, del olvido.



1.
El mar, el mar, sin pausa renovándose,
mientras en clara espuma se deslíe
el oleaje parco derramado
en la tibia arena adolescente otro
tiempo, lamenta su regreso eterno.
Penumbra oscura gime en su chamizo.
Delata el otoño que crece inerte
fuera de la argiva ruta escondida.
Reitera su murmullo solitario
en la placidez de los garzos días
cuando de los héroes los tesoros
en sus cuevas persisten ignorados
y nadie hurga los añiles silencios
a los sutiles tules abrazados
que cubren los gritos de las gavinas.
Varón viajero al pino monte accede
gastado en gestas de gestos rituales,
perdida el ánima en voraz incendio.
En tanto, el mar, encerrado en vasija
salobre, abre melena de medusa.
Incómodo es el mes de octubre. Inicia
la lluvia el llanto. El mar, vaivén inútil,
acoge el viento en su profundo seno.



2.
¡Qué eclosión de relámpagos consume
las pavesas en el rescoldo grato
de los cristales desde fuera heridos!
Golpea inclemente el soplo marino
la doncellez nocturna enmascarada
de pánico furtivo a los santelmos.
Desgrana desde el hogar legendarios
relatos la hendida voz de la maga
de espoliques perdidos en las brañas
mordido el corazón por peces-lobos
desde el acecho del cantil cortado.
De la tormenta surgían voraces
y ululaban como bárbaros mitos,
pura leyenda. Callaba el encanto
mientras consumía el pavor aceite
de las ánimas benditas. Portaban...
es igual, el niño duerme su sueño.
Parpadea el candelabro encendido.
Acude virgen silencio a los ojos,
la negra noche cierra el agua en llamas
que llegan al palacio cobijado
en los años de la infantil memoria
del arrullo acompasado en el halda
de quien, cuando su ausencia, se conoce.



3.
¡Mi silencio!... En el alma, casa alzada,
espacio íntimo de búsqueda, boca
que avanza desnudo secreto estoico,
impulso de paloma en la blancura,
en íntima dulce oración, susurro
bajo la luz de la bóveda dócil,
pebetero mágico de las preces.
Góticos capiteles desusados
ascienden perfumado incienso, nube
brillante tras la hora del hoy concreto.
El albo recinto acuoso precisa
la exactitud del arquero afamado,
del caminante devoto el atajo
hasta la abadía de la existencia.
Tuviera alas el laico pedimento
y posara en gárgola sed de altura,
celajes del fervor, devotos salmos,
nostalgia del oculto velo amable
más que la alborada transida en rosa:
nace un azul horizonte de antífonas,
plegaria de las deíferas ansias
Desde dentro, la ascensión por la austera
senda angosta de la morada sacra
encierra desgarro y desierto yermo.



4.
Subo al ámbito puro y me acostumbro,
envuelto en contemplativo silencio,
al susurro del lenguaje inefable
que musita delicados coloquios
entre el páramo del áspero viaje
por los rincones íntimos del alma.
Peregrino he llegado a hospedería
habitada de ciervos y cipreses
verticales que salmodian inciensos.
Turiferario accede: la plegaria
el jardín cerrado conquista, carmen
sin el hueco de la medida puerta,
atrio del templo de la penitencia.
La cúpula oscurece sus cristales
por la profundidad de la palabra,
en vuelo mariposa, luces febles,
candelabro de siete brazos siete
veces apagados por la carraca
y el grave ictus del gregoriano tono.
La paz del sarcófago es requerida
para el honrado reparto del Cuerpo
que ha de sobrevivir a la tristeza.
En este rincón oscuro medito
bajo la nave asombrosa del ara.



5.
Y su ausencia en delicia convierte
la prédica serena, la tertulia
bajo el porche de la Plaza de Afuera
donde la sombra de la torre altiva
observa la nobleza del cabildo
frontero, la leyenda de Crota y Elio
a la esquina adosada, ocre testigo
de los devaneos de aquellas damas
de despedida efusiva y atrayente,
habitante en su sombra acogedora.
Y su ausencia en delicia permanece
mientras la ciudad adolece malva
soledad de campanas, falsa muerte
de esquinas pétreas y monumentos
seculares, arrojadiza almena,
amicales placetas para el vino.
Es una calle andariego misterio
de los pasos oscuros por la vida,
sufragio de amigos, aderezada
estancia en balcones de flor celeste.
Ausente, menos belleza reside.
Amor escasamente compartido,
aunque no sea convocado, triste
hace los días y el mito de la urbe.



6.
Una ola mañanera ensimismada
que me somete a su blando vaivén
mi vida refleja en la lueñe Cala
donde habito en el júbilo compulso
de la experiencia vital e inventada
por la mano que escribe y versifica.
Quillas en el mar, redes en la arena,
mujeres en sus sillas de tijera,
las manos en la estela de la vida,
pañuelos negros en la cabeza alba
mientras la paz es ausencia asumida.
¿Qué queda del idilio marinero?
¿Dónde los gritos febles al regreso
de la proa de mascarón ornada?
Cornucopia de peces invisibles
llenaba el juvenil regazo ardido.
En la playa queda la edad festiva
y en el oro del sestero florece
la saga de los días negros. Sombra
ocupará la nube del verano.
Desde el cristal vespertino del viejo
refugio del azul, mientras el clásico
tragedias idealiza, comprendo
el culto talismán y me resigno.



7.
Estar de ti alejado, alborecida
estancia en la frescura de la bóveda
ansiada décadas y días y horas,
supone una mitad triste de sombra.
¡Quién silencio fuera por la salina
idea de la soledad en versos
austera, fértil y en misterios pródiga!
Tortuosos senderos diversifican
las hecatombes secretas, divinas
divergencias de la mismidad dócil
a causa del ensalmo no inspirado
en la leyenda sino en la certeza.
Determinante podría haber sido
para la híspida historia de los pueblos,
pero la estolidez de los cerebros
motivó la certeza de la duda.
Así, la candidez de la lejana
reciedumbre de los templos arcanos
asevera la multitud celeste
de los trinos marinos. La sed agria
y espartana sólo de norma sirve
para la ocre sensación opresiva
que produce la libertad fingida
de los ditirámbicos hierofantes.



8.
Profusos son y ahora delicados
los llantos de las víctimas morales,
entre el vacío y el suceso puro,
intérpretes de la falaz falsía
de las tentaciones enumeradas
en las obras del nuncio tridentino.
Nunca fueron delitos esenciales
los cometidos contra el dogma duro,
inventado por los ciegos hostiles,
contra el consabido amor de los faunos
que princesas corporales asedian,
limpias y, como las lilas, sencillas.
Obligados fueron al escondite
oscuro de los maniluvios góticos
de los pórticos otrora sagrados,
estatuas hoy varadas en el pobre
césped de los marmóreos jardines.
Época hubieron feliz, engañados
por los cuentos y mágicas leyendas
narradas por las cantoras sirenas
en las hojas de la vida embobada
por la voluntad de los dictadores,
perdidos entre la hábil verborrea
de sus grises peroratas sonámbulas.



9.
Pavonea su postura sedente
semejante a la de la deidad sobre
la losa de nenúfar florecida,
resbalando sobre la piel el agua
del baño vespertino de la Cala,
mientras las modernas piernas se ofrecen
a la plenitud de la fantasía.
¿Qué cuerpo a lento fin me va arrastrando
durante el éxtasis contemplativo
del espacio palpitante ofrecido
alegremente? Páramo parece
pero es manjar codicioso, banquete
púbico y juvenil promesa, carne
sustancial, itinerario gozoso
por la simetría de un cuerpo ledo,
alabanza natural, atractiva,
de la belleza en su más simple forma.
Surge como mujer, musita dulce-
mente palabras generosas sobre
la llama erecta en pebetero grácil
mientras la tarea comenzada entre
sus súbitos gemidos de aprendiza.
Gran tarea de las adolescentes
el iniciar sus cuerpos en estío.



10.
Me place este lugar, sus teas múltiples
ante la ofrenda del ara sagrada,
religiosos mitos de los ancestros,
un Sancristobalón aquí, doncella
virginal y mártir en la contigua
capilla. Atrevidas columnas altas
tienen el humo de los incensarios
en sus serpenteos capitelinos
inserto y las preces de los acólitos
entre la maraña de los ornatos.
Son sus esquinas varadas esfinges,
hornacinas santeras entre salmos
colocadas, crucifijos buscados
por los pecadores que acuden lentos
bajo el peso de sus múltiples culpas,
cuando sólo son hombres y mujeres
que caminan el lodo del sendero
natural de los días concedidos.
Me refugio en el musical trascoro
de las antífonas cabe el silencio
estable de la penumbra nutriente,
lugar de oración invisible, exento
de murmullos y plegarias beatas.
Sólo se accede por monte escarpado.



11.
Fuera del columbario verdoso, unas
palomas excrementan las fachadas
señoriales e hipócritas, externa-
mente artísticas en ornato siempre
según los criterios urbanos de antes,
del ayer consumido como gloria
popular sin contar con los esfuerzos
cometidos por conservar el lustre
y la arrogancia. Lugar visitado,
el escorzo de antigua colegiata
pregonante del ruinoso descuido
del erario. Más vale calle nueva,
fontana ornamental, y se comprende,
que torre conservada de palacio.
No es eterno el marino cementerio,
acaso el de los claros personajes
por la fama afanados y el decoro.
¡Aléjame las pávidas palomas!
Sólo sus blancas lisas plumas sirven
para el escribano de la memoria.
Sus centelleos, saetas en vuelo,
alegran, promiscuas, la paz silente
de las fuentes bebederas del agua
sobre la vanidad de los crepúsculos.



12.
No es la vida más que un regalo noble,
que se goza según y se pondera,
en tanto que de rosa y azucena
pasa y de plegaria transida y luto
en dolor sumerge cruel e ignorancia.
Página de los días, los poemas
sin ira escribes, las leyendas lees
y las novelas, el teatro escorzas.
Se aprende de las calles el camino
y las flores en balcones situadas
aligeran las horas vespertinas
mientras en sus zureos las palomas.
Vasta es la vida, y ebria de ausencia,
bandonea pentagramas, los vinos
dona y la juventud somete al uso
de los pasos perdidos en la extensa
distancia del horóscopo señero.
Hacia la especulación de las sombras
se dirigen los recuerdos. Concretos
son y forman el pasado donoso
untado de temprana muerte amiga.
Aquí dejé mi infancia vulnerada,
adolescencia en el claustro sin lumbre
y la sotana azul que me persigue.



13.
Tanto, Elia, daño causas y amor, que
en ti soy yo transmutación recóndita,
retal de olvido, vacío caudal,
lágrima de hombre, de la virtud vicio,
del santuario labrador, de mí altiva
miseria. Tampoco la Cala acoge
mi levedad humana, mi apostólica
frase, la seriedad de mi figura,
la tozudez de mi empeño. Fuerte eres,
dijo la maga. Desde entonces árbol
parezco, solidez de fuste, celo
que me come, cirio de tenebrario.
Desvalido soy desde aquella muerte
que me dieron por osado en mi lucha.
Penetró la espada: quedó escondida
en mi corazón de manzana. ¡Basta!,
me dije, y continué por la enramada
de calles y palaciegos solemnes.
Si he nacido en esta tierra ha de amarme.
Viajero soy, no peregrino, párpado
abierto, docente fecundo, esteta
de los piélagos, solitario altivo.
Ante tanta miseria conseguida,
habito la tempestad de mi templo.



14.
En el olvido tengo el cementerio
y las palomas, la marina brisa
de la Cala, lo amplio de la bodega,
la casa donde nací, el pan del horno.
No así el color rojo de la picota,
ni la ciruela de paladar amplio,
ni el silencio del vino maridado
con los tradicionales cultos platos.
Tipo así no es un bello panorama.
Variaciones sobre un mismo dolor
parecen las proclamas sustantivas
fundadas en la acritud del espasmo.
¿Para qué los métodos? Igualmente
sacian los vericuetos del camino
hacia la estación del podrido agosto,
mes deforme, salvable por el agua,
origen de la morenez estante
en el desnudo cuerpo oscurecido.
Como la grulla llegaste altanero:
contaste la razón de la leyenda
y encandilaste de Eva la mirada.
Se decidió despacio por tu causa.
En un puño tanta gloria no cabe.
Mejor aún el lugar del desencuentro.



15.
¡Cómo el corazón y la vida quedan!
Aquí un espacio lento compartido,
un cuévano de besos ya lejanos,
compañía aceptada posesiva-
mente, un camino recorrido entonces
con la emoción de lo límpido, nuevo
aroma de aquellas manos activas
que exploraron los cuévanos felices.
Más tarde la costumbre solitaria
de la calle, fingirse fuertemente
débil, el café donde solíamos
unir los labios en fugaz encuentro.
Al fin, un vago dorado recuerdo
y la costumbre de la ausencia amada.
La gracia de vivir pasó a las flores
mientras los despojos en su habitáculo
de sombras pertrechado, brevedad
de un río en oquedades de silencio,
sólo es un lento tiempo de esperanza
que no sabes a quién le pertenece.
Suspiro de amor dura un tiempo largo,
más extenso que la vida. Tampoco
es como se dice: viene y nos roba,
la tarea inconclusa eternamente.



16.
Los vinos tranquilos son más amables
para probar: en amarillo oxidan.
Sucede así con las núbiles negras
si espumosas o sólo soleadas.
Van a la boca aromadas, golosas.
Las blancas uvas vigorosas calman
seca sed, si los cuerpos paladean
el cristal. Agradable más que el vino
es la dulzura del emboque. Vamos,
brinda, caramelo. Si al bucal tacto
responde el aroma, señal de calma,
de ajustado sosiego a la hora noble
de la degustación. Olor y tacto,
sí, pero también el color, su brillo.
La piel sedosa, rosa carmín, copa
a la altura adecuada, al alcance hábil
de la necesidad, matices muertos,
características son de maduras
cepas, aptas para el consumo, sanas
para el trabajo en brillante tinaja.
Bajo tierra va todo y entra en juego
la experiencia, acto talmente reflejo,
don natural, para que blancas, negras,
tengan la aptitud precisa, carnosa.



17.
En la esfera extensa del tiempo nada
que se detenga existe, ni de pájaro
vuelo, ni sendero de áspid, ni cauce
de agua, río. ¿Acaso un sueño en sonrisa
de niño duerme más que mariposa
en rizo, aunque ángel travieso la vele?
De eternidad da sensación la piedra
y es falsa deducción. Ahí está, rota,
la efigie de Antinoo. Restaurada
se muestra la fachada del cenobio.
Pasaste junto a mí, te llamé dama
de jazmín y seguiste tu camino.
Mira en tu espejo reflejada la huella
de tu estancia en la playa de la Cala
donde hube himno de amor en una noche
de verano. Nada queda varado:
Febo a la nao quema la madera,
envejece Venus: aquel prostíbulo
dirige en el que joven trabajara.
Todo huye, bah. Porosa es mi presencia.
¿No asumirá acaso Averno mi tránsito
terreno? No soy muerte solamente:
desconozco mi origen y me asusta
mi final. ¿Posible es tener repuesta?



18.
¿Quién no conoce y quién no ha repudiado
lo fugaz ofrecido como eterno?
Ronsard avisa: siempre está con sed
la sima; la clepsidra se vacía.
No existe arena más liviana y fría
que la suya. La de mi Cala es cálida
y dorada. Mas, a cada pisada,
un tiempo huye, una jovencita llega.
Paso a paso en edad madura habito.
Reloj damas me donaron. Y dije:
“Sepulcro eterno, repetido horario,
fugaces manecillas, femeninas
manos me obsequiaron. ¡Oh cantarinas
horas que, encantado, guardo en armario
de recuerdos! Por ellas pasa el diario
devaneo de la esfera. Tan finas
galanuras encierran repentinas
emociones, suspiro solitario.
Si por decir cuanto amistad eleva
damas me dan espejo de la vida;
si por orar de cuanto siento hermoso
sobre mi mesa está reloj precioso
que apresa el tiempo, hablara de seguida
no por la ofrenda, sí por quien la lleva”.



19.
Estado de inquietud constante, ingente
desasosiego, íntimo espacio habita,
lugar no concretado en definido
miembro de la envoltura carnal, lastre
personal, obstáculo que, insalvable,
necesaria actividad entorpece,
gusano que atraviesa la fresca hoja
de morera, a no tardar fina seda.
Roe la babosa el plácido encanto
y acerca la memoria tristemente
a tanto asunto que nunca debiera
haber sido autorretrato, elegía,
marina oda o rosicler de la aurora.
Tenebroso resumen de los años
de alejamiento imposible, ropaje
habitual de la conciencia, constante-
mente en la compostura cotidiana.
Sensación de lividez desgarrada,
de mi vida vive, no me abandona:
del alba en la deshora me desvela.
Cambiara de vida si así pudiera
evitar confusión, árida crisis.
En un rito manual marcado el óvalo,
cantilenas los labios jazmineros.



20.
Asiste, herido del miedo, a la pugna
estética del ascenso secreto
por la ágil timidez de la paloma,
esperanza dormida del encuentro
en la curva del silencio y rodilla
genuflexa, de preguntas ajenas,
olvidado el rito del cuerpo absorto,
el aleteo suave, el viaje mágico
por el desamparo de un balbuceo.
¡Cómo componer esbozos salinos,
tal ansiedad, vellocino de muerte,
interrumpir, vaciarse de cuidados,
entrar en la contemplación austera
del propio ser y vacío y silencio!
Ansia el sosiego necesario para
la celebración de los años limpios
antes de añadir la destrucción propia
a los males que, empero, adivinamos
como cómitres del diario suceso,
usual atributo de nuestra especie.
¡Cuántos años maldecidos, simbólicos!
¿Acaso amor, o el odio de mí mismo?
Al mar abrazado nunca mi muerte.
Nada importa mi suerte o desventura.



21.
Nunca me mostré airado con el ángel
del licor oscuro. A su lugar patrio
condujo sus años sacrificados,
solitarios. Clamé para sólo ella
-¿con qué derecho?- vida más dichosa.
Nadie respondió. Sobre su alta tumba
vertí el vino del brindis. A su espacio
no he vuelto. Recuerdo es de tal ternura
que el viejo cementerio se estremece.
Ángel de velo bruno, ángel oscuro:
me has traspasado con la flecha alada
y sólo con Ascanio me solazo.
¿De dónde, ángel, habitante soy ahora?
No a mi padre conocí, madre amada
en la contemplación del Rostro eterno.
¿Dónde la memoria del hijo? Nace
hombre en ladera de amor, un murmullo,
un vagido y ya es vida, llanto lleno.
¿Por qué no merecí rostro de padre?
En el nombre del hijo toda herencia
he perdido. Nunca seré en su exilio.
Supiera la fachada del suplicio
y allí mi brazo en la boca del horno.
Nunca llevaré bagaje a la Estigia.



22.
Como el olivo y la lechuza, como
pájaro, inexpresivo y calmo, nunca
me aprendí su nombre, en su lenta rama
alta, así tu intensa presencia, canto
de color, forma de sonido, mano
amada en mi hombro, mi voz en tu nido.
Te recuerdo cual eras: en sedente
postura tu cuerpo, un poco dejada
caer en el brazo, prona figura
casi la tuya y como abandonada
a la caída de la tarde efímera
y rosada, erguido el busto, anudado
el cabello tras la nuca, oferente
imagen de la tibia ávida dicha.
Mas, el dios de la tuba gime en leve
trote su danza y el fauno de la lira
del agua arranca, del dolor, del sauce,
de ti, el mito. Desde ahí absorto quedo
en tu figura y rostro dulcemente
evocado. Se enseñoreó ruina
de mi palacio y la columna, roto
capitel y ábaco, desmantelada
aparece. Vivo en mí desde entonces.
¡Beba mi seno este nacer del viento!



23.
En un tumulto análogo al silencio
suenan ecos de la personal huida
quizá por la escasez de algo iniciada,
buscado en otros y era en uno mismo.
Y se viaja de acá para allá en busca,
se susurra, huyendo en verdad del frente
de la diaria batalla del infierno
del enfrentarse con lo cotidiano.
Se está dentro y no se sale. Alguien tiene
que forzar la marcha y la luz araña.
Así se inventan los mares, los viajes,
el líquido amniótico, el escondite.
Al fin se acepta la derrota, el páramo,
de la raposa lo avieso, la exacta
catedral del miedo, el huerto cerrado.
Se odia el mar cuando violento. Calmado,
lugar de refugio. No se es navío
por el ponto. Se padece aún el resto
del naufragio, la presente orfandad
así nacida. Invalida lo altivo
el esfuerzo. Esas voces que me llaman
a no sé qué oculto silencio bajan
de la espiga al vino, rompen la brisa
de la nada. No así el cedro, la fuente.



24.
Abre y cierra mi libro el aire inmenso
de la Cala, del aprendido mundo
en el ritual del día a día, el polvo
en el calcañar, sobre uno la lluvia.
Todo queda lejano en el misterio
de la posible dureza del fuego:
en mí sólo la rosa de tu rostro.
No preguntes por qué precisamente
hoy escarbo en el viejo baúl en busca
del manoseado despojo, cómo
los leves tobillos levantan nubes
de lejanía. Preparo el bagaje.
Salido de este mar, seré viajero
por las tierras del té de jazmín, junto
al hombre de jade en el refugio albo
de la caña. En lo eterno de los días
breves, es el tiempo otro movimiento
de mar, de nubes, de viajeros pónticos
huyendo, o terrestres, vagando, solos
con su historia, hacia su túmulo, flores
en la mano, sus hatos sobre el hombro.
Inicia el viajero el canto, saludo
mediterráneo ensaya, suplica
divina protección, sale al camino.

Poemario: J. L. M.
Fotografías: J. L. M.

No hay comentarios:

Publicar un comentario