sábado, 8 de enero de 2011

ELOGIO DE LA LEVEDAD









I
Ven, acércate, roza mi sueño
de ojos ahítos y piel candente.
Exhala tu suspiro sobre el rostro,
sobre el semblante que espera,
ansioso, en soledad grácil.
Noto tu mirada, rosa abierta,
carnosa, recorrer el espacio
de mis labios coronados de espinas.
Tú sí contemplas mi más allá
con mirada núbil, con pulso entero.
Y sé que te retiras, porque la sombra
cae, velada, sobre mis ojos endrinos.

Alejada, el libro tomas, cubres
tu tul con la sombrilla de seda,
pasas un tiempo contemplando
y abres la página que acaricias
con ojos sombríos mientras lees
algún párrafo que pronto olvidas,
ensimismada en tu propia lejanía.
Entonces, el jardín susurra, umbrío.


II
En el regazo, la paloma dormita.
El rojo manto te alivia del aura
suave. Clarividentes luces son
y la sombra en el árbol gris
de tan lejano. La ninfa
en su fuente y tú en tu rincón
florido de gasas y anémonas,
protegida de ti, de tu ensueño.
Hay un enigma en tu rostro
que, sin piedad, vuelve a tu
memoria, mientras la cabeza
sobre el escritorio, la carta
interrumpida, en el neceser
la pluma, por la soledad acaecida
en tu floresta por ti marginada.
Mi tentación no debe dañar tu luz,
tu soplo de Eva iluminada,
hasta que las rosas desciendan
por la estela hacia tu hueco.


III
La niña pone una rosa
en el mustio misal muerto
de las estampas sombrías.
Su mano es un vuelo de búcaro.
Descalzos, sobre la hierba blonda,
los pies descansan del sendero
sin paz y la fronda sombrea
su rostro aburrido del rezo.

Abre la niña el libro iluminado
y mira la letra dorada del salmo.
Aprieta la ilusión contra su pecho
apenas brote de flor de mayo.

Vuelve su rostro a la efigie
que refleja un mensaje de aire
nuevo, mientras el río, en su curso,
sortea la ciudad y la pradera.

Nunca vio el rostro de Venus
ni la pureza esplendente del alba.


IV
Te aovillas en el asiento
dorado del sillón mientras,
por la ventana, entra la tarde.
La melancolía de la hora solemne
en tus ojos y las guedejas sobre
el pecho desnudo que arde,
festivo, al sol inclemente, seco.

Queda, sobre la mesa, un libro,
la taza vacía del café olvidado
que ilumina la rosa roja
acercada a tus labios en sueño.

Vuela el pensamiento a secreto
lugar y acaba en tu cuerpo
que alberga el último color
del día.
A poco, el silencio
del gris oscuro de la estancia.



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Texto: José Luis Molina
Dibujo: Joakín
Fotografías: José Luis Molina

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