miércoles, 26 de enero de 2011

ALFONSA DE LA TORRE (8)




Prometió regresar al otro día...

La estancia de Alfonsa en Madrid le sirvió para hallar una libertad social, que no encontraba en su pueblo, para relacionarse y gozar de otras amistades diferentes y diferenciadas. En Cuéllar, sólo compartía paseos y conversaciones con Manuela de Villalpando u otros personajes “ilustrados”. En Madrid, sin embargo, el ambiente era otro, pues se codeaba con mucha gente de su propio nivel intelectual con la que podía intercambiar conocimientos, opiniones y experiencias: Josefina Romo Arregui, Diana Ramírez de Arellano, Carmen Conde, Ernestina de Champourcin, Menchu Gal, Rosa Chacel, María Teresa León, María Zambrano, Concha Méndez, Maruja Mallo, Berta Singerman, Angie Simonis, Ana María Sagi, Lucía Sánchez Saornil, Irene Polo, Gabriela Mistral, Victoria Durán, entre otras, algunas de las cuales eran lesbianas confesas y otras lo confesaron después, como Gabriela Mistral, que amaba desesperadamente a Doris Dana, como confiesa en sus cartas, que los sectores conservadores consideran que "no son concluyentes" para definirla como lesbiana. Esto no quiere decir nada, pero es un dato objetivo.

No muestro sorpresa por la presencia de lesbianas en la literatura femenina moderna porque es un fenómeno constante desde la misma Safo, quizá antes. Si, como se ha dicho en otro capítulo anterior, la experiencia lesbiana se articula a través del concepto “feminidad”, a todas ellas se les añade como cualidad su preocupación por la situación de la mujer, pues no se debe olvidar que son las relaciones afectivas las que marcan su característica más visible. Diana Ramírez dice de Alfonsa que es “poeta de alto vuelo y defensora de los derechos femeninos”. Josefina Romo es el hilo conductor, pero pronto desaparece incluso de España. Diana, que la conoce por medio de Josefina, quizá sólo esté en España entre 1951 y 1954, pues se marcha cuando concluye sus tesis doctoral.

No hay que olvidar que muchas de ellas, como Alfonsa, viven mientras estudian en la Residencia de Señoritas, progresista y liberal, abierta al feminismo, y que en Madrid existe cierto Círculo Sáfico. Mercedes de Acosta (1893-1968) perteneció al “círculo de costura” y Menchu Gal quiso retratarla vestida de egipcia.

Para mí, hay una clara falta de evidencia de lesbianismo en la escritura de Alfonsa, a pesar de la temática que es objeto de su poesía, porque de su vida, en este aspecto, apenas conocemos sino maledicencias, lo que es un impedimento a la hora de leer el deseo o la pasión lésbica. Para mí, es posible que la sexualidad de Alfonsa se produzca entre el autoerotismo y el rechazo a la soledad, pero también por el miedo a contraer matrimonio, aunque esto es una conjetura, como casi todo lo que se diga hasta el estudio definitivo, o sea, hasta que haya pruebas más (de)terminantes. Es fácil -y posiblemente correcto- pensar que, descartado el hombre como objeto -o sujeto- sexual, sólo queda la mujer, la nada o la muerte de la pasión (el tiempo que dure..., como se dice ahora incluso de unión heterosexual). O simplemente la consideración de que la castidad está por encima de todo, por muy humano que sea. Eso sí, evidentemente, sus textos no tratan del deseo de sexo, no describen actos sexuales lesbianos (ni heteroxesuales) y son de una gran limpieza incluso en las imágenes que pretendida o presuntamente han sido comentadas como eróticas o lésbicas. Por ello, concluyo: para ver su escrito siquiera como literatura queer hay que hacer ciertas virguerías, aunque ahora mismo sólo estamos en el principio. ¿Acaso la alondra Alfonsa es lesbiana porque trata el tema de las amazonas? Debe esgrimirse algún argumento más. Pero, leida toda la obra de Alfonsa, ¿existe amplitud textual suficiente para realizar una crítica feminista que determine sin dudas el concepto que buscamos? Estoy casi convencido de que sólo el lector puede interpretar al escritor si el segundo consigue con el primero una interacción de índole cultural. En este sentido deberá ir la crítica. Sin predeterminar resultados.

Se pueden encontrar rasgos que se dan en la época madrileña, como la escasez de confianza en el matrimonio, sobre todo si pasa por la Iglesia y se consideran sus lazos irrompibles, y otros que se dan en ella misma, como su rebelión contra las normas sociales diferenciadoras, pero, en su literatura, no aparecen los tópicos amorosos clásicos comunes, como el perdón, el foedus amoris (pacto de mutua fidelidad), militia amoris (el amor como una empresa bélica), el reencuentro, el amor como dulce herida, el amor atormentado o la amada como diosa. Tampoco hay queja por no lograr amar ni ser amada.

Quien primero escribe sobre la poesía de Alfonsa es Josefina Romo, autora de un prólogo aséptico y tradicional en el que no nos descubre nada de la persona/ personalidad de Alfonsa y lo único que hace es apostillar sus aseveraciones con versos de la autora. Es prudente y sale del paso. Aunque cita a Safo, Santa Teresa, Sor Juana Inés de la Cruz y Carolina Coronado, ni siquiera entra en el análisis del poema más complejo o comprometido, Viento de despedida, que dedica a su prima María Luisa.

Ni siquiera advierte el sensualismo de alguna excelente descripción, como la que Sabiniano hace de la pastora, trasunta, a mi corto entender, de la misma poeta, Alfonsa:

Como un ala de luz, la cabellera
alumbraba su cara de manzana,
y con fiel languidez de enredadera

caía entre matices de avellana,
hasta tocar en sierpes la cintura
que hundía un ceñidor de mejorana.

Su piel era una piel de almendra oscura
y tenía en el gesto tanta gracia
que me borró de pronto la cordura.

Como gemelas hojas de una acacia,
sus ojos en el rostro relucían,
con un mirar de agua que no sacia.

Los pliegues de la falda le caían
como esmaltado prado, modelando
las formas que a través se percibían.

Repiraba de un modo quieto y blando,
brizando en la clausura del corpiño
dos tórtolas que estaban dormitando.


Versos más abajo, podemos leer:

Envuelta en el milagro de la luna,
Anarda, sin sandalias y en cabellos,
contaba las estrellas una a una.


A no ser que Alfonsa le dé otro sentido, Anarda es un nombre de pastora 'neoclásica', como llaman los poetas del XVIII Clori o Dorila a las suyas. Quizá se le pasara por alto, a la crítica, no a la autora, que, Anarda es también la destinataria de un soneto de Sor Juan Inés de la Cruz a su amada, porque el texto es equívoco, como todos los que quieren llegar a expresar experiencias místicas basándose en las terrenas:

Mandas, Anarda, que sin llanto asista

(Discurre inevitable el llanto a vista de quien ama)

Mandas, Anarda, que sin llanto asista
a ver tus ojos, de lo cual sospecho,
que el ignorar la causa, es quien te ha hecho
querer, que emprenda yo tanta conquista.

Amor, Señora, sin que me resista,
que tiene en fuego el corazón deshecho,
como hace huir la sangre allá en el pecho,
vaporiza en ardores por la vista.

Buscan luego mis ojos tu presencia,
que centro juzga de su dulce encanto,
y cuando mi atención te reverencia.

Los virtuales rayos entretanto,
como hallan en tu nieve resistencia,
lo que salió vapor, se vuelve llanto.


De Sor Juana Inés de la Cruz se dice que tuvo un amor (platónico) por María Luisa Manrique de Lara. Según Octavio Paz (Sor Juana Inés de la Cruz o Las Trampas de la Fe, 1982), ese amor era correspondido, pues ambas se quedaban solas en la celda de la monja cuando la dama de la alta sociedad mexicana la visitaba. ¿Otra vez la maledicencia?

En la actualidad, en México se ha fundado una asociación lésbica que se denomina El closet de Sor Juana (www.culturalesbiana.blogsone.com/2006/11/20/el-closet-de-sor-juana/

No hay comentarios:

Publicar un comentario