jueves, 5 de mayo de 2011

LOS DÍAS DESDE LA CALA




Todo vuelve a su cauce. Hasta el agua. Las vecinas de enfrente vuelven a sus gritos iba a decir que de todos los veranos, pero aún estamos en primavera. Son felices gritando. Quizá lo que hacen es chillar para que la gente note su presencia y las miren. Podrían leer poesía en vez de gritar para que su madre (o abuela) les eche unas toallas por el balcón para ducharse en las impúdicas duchas que tienen en el patio casi todas las casas de Calabardina. Quizá, lo que hagan sea quitarse la arena de las playas que no limpian desde la Navidad. Y quizá los grititos pudorosos los hacen cuando el agua les cae por el pelo abajo, pues se lavan con champú y la gente que pasa las ve y las admira pues las adolescentes rellenas posan en bikini. Lo que me extraña es que haya gente aquí y ahora, aunque me da la sensación de que han venido a coger sitio (así no se les hace tarde) para no perderse las fiestas que comienzan el sábado sabadete y que se llaman de la Cruz. Ducharse sin grititos es como jugar al tenis sin gemidos. Tampoco volveré más a hacer este comentario que seria diario y no estoy por la labor. Como los festejos de por aquí (y los de todos los lados) son la leche, o sea, beber y beber, y comer chocolate con churros y arroz gratis al mediodía (originales que son los organizadores), mejor paso de ellos, como siempre he hecho y me iré a las pedanías altas, a donde no llegan los ruidos ni participan de estas fiestas situadas a la parte cercana a la playa. Aquí no nos privamos de nada. Parece que le gente se entera de que estamos aquí en busca de paz y sosiego y dicen de venir a darnos por salva sea la parte y traen hasta fiestas. Espero no desesperarme mucho y esperar con paciencia que pase este fin de semana que se ha adelantado algo. Al menos, estas chicas tan limpias no figuraban en el programa. Pero... a sus propiedades van, de sus propiedades vienen.

                                                                     Baile en un interior

INIESTA, a lo largo de los veintiún años que dura ya  el concurso literario, ha adquirido una pose poética muy estimable. Fueron más de doscientas personas las que estuvieron en una auditorio con una capacidad cercana al doble de las personas dichas. Largo se hace el acto porque allí todo el mundo habla y canta y se leen los poemas premiados. Lo bonito es lo de después, porque la gente te saluda como si hubieras cortado oreja y rabo y te pregunta sobre el poema y te dicen cosas con él relacionado. Lo entendieron y eso que sólo lo escucharon. Eso es lo que me gustó. Por eso me sentí cómodo, Fernando lo pasó igualmente bien y todo el personal quedó satisfecho y sin necesidad de levantar la voz, es decir, gritar.



Ars moriendi

I
Morir es... Una flor hay, en el sueño
-que, al despertar, no está ya en nuestras manos-,
de aromas y colores imposibles...
Y un día sin aurora la cortamos.

II
Dichoso es el que olvida
el porqué del viaje
y, en la estrella, en la flor, en el celaje,
deja su alma prendida.

III
Y yo había dicho: «¡Vive!»
Es decir: ama y besa,
escucha, mira, toca,
embriágate y sueña...
Y ahora suspiro: «¡Muérete!»
Es decir: calla, ciega,
abstente, para, olvida,
resígnate... y espera.

IV
Era un agua que se secó,
un aroma que se esfumó,
una lumbre que se apagó...
Y ya es sólo la aridez,
la insipidez,
la hez...

V
La Vida se aparece como un sueño
en nuestra infancia... Luego despertamos
a verla, y caminamos
el encanto buscándole risueño
que primero soñamos;
... y, como no lo hallamos,
buscándolo seguimos,
hasta que para siempre nos dormimos.

VI
¡Y Ella viene siempre! Desde que nacemos,
su paso, lejano o próximo, huella
el mismo sendero por donde corremos
hasta dar con Ella.

VII
Lleno estoy de sospechas de verdades
que no me sirven ya para la vida,
pero que me preparan dulcemente
a bien morir...

VIII
Mi pensamiento, como un sol ardiente,
ha cegado mi espíritu y secado
mi corazón ...

IX
El cuerpo joven, pero el alma helada,
sé que voy a morir, porque no amo
ya nada.



Viene este poema aquí porque el miércoles pasado compré este libro, ALMA, que no encontraba en Lorca, aunque una búsqueda más tranquila me hizo localizarlo después. Pero, quiso mi fortuna que ese y otros libros que compré a Diego Marín me los dejara en un taxis. Encontramos pronto los libros, pero el taxista no pudo acercármelos a donde le dije y no sé cuándo volverán a mi poder. Lo digo porque entre ellos iba uno de Juan Hernández Franco sobre limpieza de sangre que compré sólo porque era de un amigo y quería dejar constancia de ello aquí. Ya añadiré algún comentario sobre él.


No hay comentarios:

Publicar un comentario