miércoles, 20 de abril de 2011

BOB DYLAN




No creo sea ya pieza arqueológica el mítico cantante que hoy traemos para recuerdo de los de mi edad o alrededores. "A partir del Festival de Música Folklórica de Newport del año 1965, el mundo conoció un nombre nuevo en el ámbito de la música popular. Bob Dylan emergía mostrando una forma nueva e innovadora de utilizar los temas llamados tradicionales, transformándolos en lka sustentación de un audaz mensaje poético, crítico y folklórico. Para Newsweek era el Patric Henry de la revolución folk. Para Times, el más importante compositor de música folklórica. No obstante, la importancia de Dylan radicaba, precisamente, en que su significado trascendía lo estrictamente musical, incorporando a lo folklórico la expresión de todas las resonancias y recursos poéticos de la agria y mordaz beat generation". Sic dixit Eduardo Chamorro en Madrid, 1969, en el prólogo de este libro titulado CANCIONES y del que extraigo, para le gente guapa que se asome a este blog, el siguiente poema:

SEVEN CURSES

El viejo Reilly robó un caballo.
Pero le atraparon y le trajeron
y le metieron en la cárcel
encadenando su cuello.

La hija del viejo Reilly recibió un mensaje.
Su padre iba a ser colgado.
Cabalgó durante toda la noche y por la mañana
llegó con oro y plata en las manos.

Cuando el juez vio a la hija de Reilly
sus viejos osjos se abrieron como platos;
diciendo: el oro jamás liberará a a tu padre;
sin embargo, tú, sí, querida mía.

Prefiriría morir, gritó Reilly,
tú eres su única exigencia.
Si él te toca, seré como un reptil.
Coge tu caballo y huye.

Padre, si no aprovecho esta oportunidad
y pago el precio que exige,
morirás.
Por eso permaneceré aquí.

Las sombras del patíbulo agitaron el crepúsculo.
Un perro de caza ladró por la noche
y en la noche se pagó el precio exigido.

Ella despertó a la mañana siguiente
para saber que el juz jamás había hablado.
Vio la rama combada,
vio el cuerpo roto de su padre.

Y cayeron sobre juez tan cruel estas siete maldiciones.
Que un dolor no le salve,
que dos curanderos no le curen
que tres ojos no le vean.

Que cuatro orejas no le escuchen,
que cinco muros no le oculten,
que seis azadas no le entierren,
que siete muertes no le asesinen.

(Bob Dylan. Canciones. Madrid, 1971)

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