jueves, 21 de abril de 2011

MARÍA DEL AMOR HERNÁNDEZ

Por razones que no son del caso, pero sí poderosas, este blog está abierto a cuanto envíe María del Amor. Hoy toca una historieta familiar...




RECUERDOS DE INFANCIA: LA LERTA

Dedicado a ese incansable pateador de monte que fue mi padre.


A veces un sabor, un olor, una brisa de aire enfundada en aromas, nos transportan por momentos a recuerdos de nuestra infancia que despiertan en nosotros anhelo y añoranza. Recuerdo la vieja ranchera Seat que acompañó a mi padre durante varios años en sus aventuras cinegéticas y que quedó impregnada de ese aroma típico de campo, entremezclado con el dulzor del romero y tomillo y el amargor de perdices, codornices y conejos babeados todos por la incansable Lerta.
Lerta era el perro de caza de mi padre, una jovencísima Pointer blanca salpicado de manchas negras estratégicamente dispuestas, según él, era de buena raza. Murió joven, no recuerdo cómo, y, aunque yo era pequeña para poder apreciar las virtudes de aquel animal, al tiempo y según sus relatos, pude deducir que fue uno de sus mejores perros de caza.
Me contaba que en el monte no podía sujetarla. Cuando cogía el rastro de alguna pieza, husmeaba con el hocico pagado al suelo hasta que encontraba la presa y haciendo la muestra, miraba a mi padre solicitándole permiso para levantarla y mi padre con una sacudida de cabeza acompañada por una palabra de ánimo, “tírale Lerta”, la perra iba hacia ella para que levantar la pieza y saliese asustada volando, a los pocos minutos del estruendoso ruido del detonar de los cartuchos, aparecía la Lerta con un movimiento chulesco y acompasado del vaivén de la pieza en la boca, babeada y casi oculta bajo sus enormes belfos.
Tras ponerse enfrente inimaginablemente sumisa, bajaba la cabeza pero aún con sus ojos fijos en mi padre, soltaba la presa ya inerte, sin el más mínimo mordisco e incluso con su enorme lengua peinaba las plumas del animal, intentando dejar a su amo la pieza más digna posible, esperaba con paciencia y con orejas gachas la respuesta de su amo.
Aún recuerdo cómo comenzó su época de aprendizaje siendo aún un cachorro: le daba perdices medio moribundas con las que la Lerta disfrutaba de lo lindo mordisqueándolas y atenazadas por su fuertes mandíbulas, engullía la cabezal del animal en su boca, daba varias sacudidas a derecha e izquierda mientras gruñía alborozada , haciendo a veces que el animal saliese despedido de su boca, para volver ella con grandes zarpadas a recogerla y proseguir su juego; lo que a mí me parecía tan gracioso a mi padre le sacaba de sus casillas, pues el comportamiento de la Lerta era justo lo contrario a como debía comportarse, pero ella era demasiado joven. Entonces mi padre cogía lo que quedaba de perdiz y le daba repetidamente en el hocico, ella lo miraba con ojillos de incomprensión, sólo después de los años entendí que ese era el procedimiento a seguir para enseñar desde cachorros a los perros de caza.
Volviendo a lo de antes, cuando la perra venía con su presa, una sola caricia en su salpicada y abundante cabeza, hacía que saliese corriendo exaltada y a los pocos metros realizaba una cabriola resbalando y cayendo sobre su propio cuerpo para volver alocada y sellar en el pecho de mi padre sus enormes zarpas llena de gozo. Con lo que mi padre le correspondía con caricias repetidas sobre su cabeza repitiendo “buen perro”. Sabía que lo había hecho bien y que su amo se sentía orgulloso de ella.
Fue un gran perro la Lerta.

María del Amor Hernández


Ilustración. (c) Francisco Barrera. Otoño. Oleo sobre lienzo.

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