jueves, 14 de abril de 2011

LOS DÍAS DESDE LA CALA





Lo que nos importa en el poema es la poesía.
(Jorge Guillén. Lenguaje y poesía)

Todo lo demasiado hecho amenaza con la parálisis.
(José Ángel Valente, en Michael Pfeiffer, El destino de la literatura).


EL FIN DE ANTINOO

Cuando escuchó el llanto de las mujeres
que se lamentaban por su ruina,
con oriental gesto la señora,
en su griego semibárbaro las esclavas,
la fiereza del fondo de su espíritu
alzose, su sangre itálica se sublevó,
pareciéndole todo ya tan lejano,
todo aquello que había adorado ciegamente
-el abandono de la vida de Alejandría-,
y dijo "No te lamentes. No te humilles.
Antes bien exalta el gran conquistador que has sido,
el que tanto poder ganó,
y que si ahora sucumbe, no es indignamente,
sino como un romano por otros romano vencido".
(Konstantino Kavafis. Poesías completas. 1976)

Acabo de hablar por teléfono con Jacinto Herrero Esteban. Se le nota un hombre agotado, al que le ha traicionado la salud, al que le viene mejor la sequedad invernal de Ávila que el calor veraniego que se acerca. Es escueto, no parco en palabras. A sus ochenta años, piensa casi como yo, que ya somos mayores. La agilidad mental sigue siendo acorde, pero la lentitud del cuerpo, como la de los bueyes, trazan un surco sin irregularidades. Jacinto es un hombre docente. Tiempo ha que pasó al tiempo de silencio, Pero eso su silencio debería verse roto por el rasguear de su pluma. Seguro, seguro, que se hace sus poemas y los deletrea en su cabeza, pero no los pasa a la hoja en blanco. Es decir, él disfruta de su talento, como debe ser, pero a nosotros nos deja sin el fruto de su trabajo. No sólo esa l idea lo que atrae de Jacinto poeta, sino el modo de combinar la palabra para darle un ritmo, un tono y una altura que no está al alcance de muchos. Al menos, del mío no.


DON DE LA TRISTEZA
Los ruidos roncos se rozan de soslayo
si proceden de gargantas selladas por el daño.
Los músicos de la risa de hiena suenan
esos sones que ululan por los sueños garzos.
Los agónicos candores de los iniciados
asonantan sabatinas en los ecos de las olas.
los acróbatas de la tristeza salinan las aguas
de los ojos que ven, impávidos, misterio y pasmo.
Pacíficamente pacientes, los despojados sutiles
vomitan éxtasis de tristeza en la de vísperas.
Cuando los chamanes son poseídos de tristeza
perfuman sus llantos y se arrullan por el mar del olvido.
Los amantes de la tristeza de la sonrisa del cisne
surcan su último canto por la escala de la fuga.
Las bellas que escriben cartas de amor y sexo
comentan su tristeza con el ave que las sirve.
Mientras el tiempo del encuentro habita en la lejanía
los que esperan salvación amontonan tristeza tibia.
Los creyentes de los sortilegios amatorios
escriben tristeza en el pentagrama nefando.
(José Luis Molina, 1982)


... si consideramos la Poesía como una toma de contacto con las zonas oscuras del yo, y recordamos la inquietante variedad de aquella gama de experiencias que va del misticismo a la locura, pasando por las turbias regiones de la violencia, el mediumnismo y la posesión, no podremos menos de preguntarnos con nueva urgencia cómo se sitúa la Poesía con respecto a estas, y en qué se diferencia de ellas, si es que efectivamente se diferencia.
(Gabriel Celaya. Exploración de la poesía, 1971)





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