domingo, 10 de abril de 2011

LOS DÍAS DESDE LA CALA








Sin querer, aunque me prometo acostarme temprano, se me hacen las dos y las tres de la madrugada para meterme en la cama. Y lo peor de todo es que pierdo el tiempo, la mayoría de las veces sólo me entretengo. Eso hace que me levante tarde al día siguiente y que ya vaya innortado todo el día. Esta mañana de domingo, de casi verano ya, pues hace un calor casi horroroso, levantado a hora prudente, he salido a la calle para cumplir con el castigo médico de andar porque sé que me viene bien y es casi necesario para mi salud, es que estás -dice mi médica- mucho tiempo sentado y eso es bueno para que aparezca el colesterol, la tensión se dispare y hasta el azúcar te invada y haya que tratar todo eso con medicinas. Así que he andado. Siempre lo hago por el paseo, que para eso está. Bueno, y para otras cosas. Los consumidores de placeres pequeños, cuando acaban sus estúpidos "botellones", ya borrachos o beodos, rompen las litronas contra el suelo para que los que vamos educadamente por la mañana andando tengamos la oportunidad de pisar un cristal y jodernos el pie. ¡Qué buenos son estos jóvenes capullos! ¡Qué alegría da ver las consecuencias de su capullez! La playa estaba llena de botes de cerveza. Todo parecía una mierda inmensa. Quizá es que están acostumbrados a que cuando untan algo se lo limpian. Si tiran un pantalón, sus madres se lo recogen. De otra manera no se explica que dejen cristales que son un peligro. Pero, resulta, que hoy, domingo, nadie viene a limpiar la playa ni el paseo. Así que con eso, con las cacas de los perros, con las bicicletas que se suben a la acera o baldosa y van en grupo y hablan y parece mentira que sean cuarentones, lo inteligente es quedarse en la casa de uno. Eso ya lo hago en vacaciones y los fines de semana. Y no es porque no quiera estar con ellos, Dios me libre, pero es que hay que tener huevos para aguantar tanta capullez. Eso sí, lo juro: es la última vez que escribo de esto. Pero..., ¿habrán leído poesía alguna vez los causantes de este estropicio? La verdad es que los que vivimos en la Cala todo el año la cuidamos como si fuera nuestra. Y muchas veces nos sentamos en sus bancos, en los de madera, los otros son muy incómodos porque no puedes reposar la espalda, y leemos poesía porque nos parece bien, ¿vale?


"El lector me preocupa, porque, además de arrastrar una incultura histórica, no dispone de tiempo en este momento para formarse un criterio sobre todo lo que se le ofrece. En el mercado actual, se mezcla todo: prestigio, honor, fama, éxito, dinero. La categoría es homogénea, nadie distingue una cosa de otra. El gran perjudicado es el lector. El autor también. Me parece heroico que un lector de hoy tenga criterio y lo mantenga".
(Soledad Puértolas, en Michael Pfeiffer. El destino de la literatura).


Pensamientos de Dina

Es un placer lanzarse al agua que fluye límpida
y fresca de sol: a esta hora no hay nadie.
Al rozarlas, las cortezas de los chopos te hacen estremecer
mucho más que el agua crepitante de un chapuzón. Bajo el agua, todavía está oscuro
y hace un frío que pela, pero basta emerger al sol
y se vuelven a mirar las cosas con ojos lavados.

Es un placer tenderse desnuda sobre la hierba ya caliente
y buscar con los ojos entornados las grandes colinas
que sobrepasan los chopos y me ven desnuda
y nadie de allí se percata. Aquel viejo en ropa interior
y sombrero, que iba de pesca, me ha visto zambullirme,
pero ha creído que era un muchacho y no ha dicho ni pío.

Esta noche regreso como mujer, vestida de rojo
-aquellos hombres que me sonríen por la calle nos aben
que ahora estoy tendida aquí, desnuda-, regreso vestida
a recohger sonrisas. Aquellos hombres no saben
que esta noche tendré caderas vigorosas bajo el vestido rojo
y seré otra mujer. Nadie me ve aquí abajo:
y más allá de las plantas hay dragadores más fuertes
que aquellos que sonríen: nadie me ve.
Son necios los hombres -esta noche, bailando con todos,
será como si estuviese desnuda, como ahora, y nadie sabrá
que podía encontrarme aquí sola. Seré como ellos.
Tan sólo que, los muy necios, querrán abrazarme estrechamente,
susurrarme pícaras proposiciones. ¿Pero qué me importan
sua caricias? Sé hacerme caricias yo sola.
Esta noche deberíamos poder estar desnudos y vernos
sin pícaras sonrisas. Yo sonrío sola
al tenderme aquí entre la hierba y nadie lo sabe.


(Cesare Pavese. Poesías).


"El hecho de que la poesía decadente francesa y por consiguiente europea se haya formado y vigorizado con la experiencia del song inglés y en especial con Poe, no estaría probando que gran parte de su gusto por los efectos fonéticos y de su investigación acerca del valor esencial, mágico, de las palabras nace de la frecuenciación de una poesía extranjera siempre únicamente semicomprendida y, en consecuencia, gustada esencialmente como sonido y como sugestión mágica de sílabas misteriosas?"
(Cesare Pavese. Oficio de vivir. 18 enero de 1938).



TILO

Extremada voz tienen, si reparo,
las ramas de aquel tilo, que se inclina
cuando el viento de otoño y la neblina
envuelven lo que dora. A su amparo

se entregaron los novios de la esquina
y los portales. Sólo cuando el claro
despojo llegue, se erguirá su raro
esqueleto. Nadie hay cuando declina

el esplendor, la vida, la belleza:
su gesto quedará de haber amado;
tributo de futuro es la tristeza.

Mas aún agita el tilo su grandeza
y desafía al viento, que ha grabado
las arrugas del tiempo en su corteza.


(Pablo Jauralde. Calcetines rojoa. 2004).

Pablo Jauralde estuvo en Lorca en mayo de 2005, en el Fondo Cultural Espín. Allí le hice esta foto.

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