lunes, 11 de abril de 2011

LOS DÍAS DESDE LA CALA









LA LITERATURA SE REPITE

Hoy, circunstancialmente, he estado en Lorca. Sólo había una razón de amistad. Ir a Lorca me mata, en el buen sentido. Acostumbrado ocho meses del año a un silencio benedictino, con mi calle tranquila y otros claustros interiores en parquedad de habla, el bullicio y el ruido de la vida diaria me supone un sacrificio agónico. Cada uno está en su trabajo, cada cosa con la suya, cada hombre o mujer están impregnados de prisa, de cosas que hacer, de cierta angustia que no acierta a superarse, que hablar con la gente es complejo. Así era yo hace unos años, antes de dejar de trabajar en el colegio. Así que allí no me hallo. Aunque me reconforta ver a mis amigos y tomar un descafeinado con ellos y ver que este está peor que yo, aquel mejor, este no ha cambiado, pero compruebo que ya estoy fuera de juego. Como ellos si vinieran a "las pedanías alta" Aquí todo va de otra manera porque hay días en los que no hablo ni conmigo mismo. Es un silencio inalterado, roto sólo por la grandeza del mar, la delgadez de la palmera, lo sereno del aura, la mole del cabo Cope, la barca que apenas se mueve sobre el mar. Si tuvieran visillos mis ventanales, no vería nada y yo estaría tras de ellos. Pero eso sería si deseara ocultar mi presencia. Y no es eso. Estoy aquí pero estoy fuera. Estoy presente en este silencio, en este locus amoenus en el que el tiempo se está acabando para mí, es decir, me queda menos que a otros. Estar solo quiere decir que no te han de soportar, pero tú tampoco te vas a ver envuelto en las decisiones del otro cuando tú ya has tomado las tuyas y no te interesan las suyas, es más, ni le haces caso, te fastidian. Mejor solo. Pero el que se acerca a mí recibe compañía y buen trato. No existe en mí nada de arisco. Al menos hoy, eso creo.



LA ESTRELLA DE LA MAÑANA

El hombre solo se levanta cuando aún el mar está a oscuras
y titilan las estrellas. Una tibia exhalación
asciende desde la orilla, donde se halla el lecho del mar
y endulza la respiración. Esta es la hora en que nada
puede ocurrir. Incluso la pipa cuelga apagada
entre los dientes. Nocturno es el quedo chapoteo.
El hombre solo ya ha encendido un buen fuego con ramas
y observa cómo enrojece el terreno. También el mar
dentro de poco será como el fuego, llameante.

Nada hay más amargo que el alba de un día
en que nada ocurrirá. Nada hay más amargo
que la inutilidad. Cuelga en el cielo, cansada,
una estrella verdosa, sorprendida por el alba.
Ve el mar, aún oscuro, y la mácula de fuego
con la que el hombre, por hacer algo, se calienta;
lo ve y cede el sueño entre oscuras montañas
donde hay un lecho de nieve. La lentitud de esa hora
es despiadada para quien ya nada espera.

¿Vale la pena que el sol se alce del mar
y que empiece la larga jornada? Mañana,
con la diáfana luz, volverá el alba tibia
y será igual que ayer y nunca pocurrirá nada.
El hombre solo quisiera únicamente dormir.
Cuando se apaga la última estrella en el cielo,
el hombre prepara con calma su pipa y la enciende.

(Cesare Pavese. Poesía).


EN UNA CASA NO COGEN (CABEN) TANTOS LIBROS

Siempre he deseado tener todos mis libros juntos, pero los tengo repartidos entre tres casas distintas, un trastero y cajas sueltas. Sin querer, los necesito. De todo libro hay algo que aprender. Mi necesidad de libros depende de mi capacidad de leerlos y sobre cada tema que trabajo no tengo más remedio que tener otros libros que iluminen lo que yo deseo hacer. Ahora mismo ando dividido entre tres trabajos. Me ocupa Alfonsa de la Torre, me ocupa Jacinto Herrero Esteban y me ocupa Eliodoro Puche. Ninguno de estos tres trabajos ha sobresalido de los otros. Jacinto Herrero me hace necesitar unos libros que hoy me he traído de Lorca. Eliodoro Puche me hace necesitar otros libros que hoy me he traído de Lorca. Los que necesito para trabajar sobre Alfonsa los he pedido a una librería. Así que, con los que me traigo y con los que compro, ya no tengo estantería alguna para ponerlos aquí, donde resido. Así que todo es una necesidad constante. Pero ni siquiera esto constituye un problema para mí, sino un divertimento.

Desde antiguo vengo con esta liturgia de pubis
que aliviaba con el adquirido carisma de la
espera lírica. Acudía, presto, apenas roto el rosa
por la candidez de la llamada, a la frustración
de volver, mohíno, llanto en los ojos de la sangre
que ardía, mientra tú, airosa y fría, vaciabas cosas
incoherentes, poco esenciales, desde tu conocimiento
dirigido, hasta la represión ganada por el destello
de lo que ahora es deslucida estupidez.

Así quedaron mis días señalados
y nació la pobreza de mi sonrisa
por tu sabia rectitud de Andrómaca.

(José Luis Molina, 1981)

1 comentario:

  1. Los días desde la cala me gustan. Te animo a que sean más frecuentes. Yo diría que podrían constituirse en un breve diario por el solo hecho de escribir, tus sensaciones,sentimientos o pensamientos cotidianos,que ya lo haces con otra periodicidad, en que lo sea diariamente.Te vendría hasta bien para el cuerpo, que para el alma no lo necesitas, porque te obligaría a salir más aunque solo fuera para poder contar más.

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